Despertar un sábado sin resaca es el peor error que se puede cometer. Una desacostumbrada lucidez en el razonamiento sustituye el plácido dolor de cabeza que impide recordar la noche anterior. Los vestigios de sensatez, que me esfuerzo por ahogar en ginebra, aprovechan mi despiste para intentar borrar el guión del personaje secundario que escribo en primera persona. Plantean un interrogatorio sobre el sentido de la existencia y una invitación a la acción que va en contra de mi principio de quietud. No queda otra que la huida. Hay que huir ante preguntas que no tienen respuestas. Huir a otro lugar donde pueda permanecer con las manos en los bolsillos. Huir para despistar a los errores de ayer.

Las huidas en agosto saben a sal y arena. Perderse por un paisaje que corta la montaña con la playa. Perderse sin buscar encontrarse. Tras cada curva se esconde una cala que desde la altura queda fotografiada en las pupilas, pero su negativo se vela al instante por el exceso de luz. Un sendero de tierra desciende a una virgen ensenada pedregosa. En el agua cristalina los peces nadan ajenos a su alrededor. Desconcertado abro un botellín de cerveza tras otro, con la impaciencia de quien no espera nada.

Al fin llegas. Tu carita, tan dulce que no podría describirse sin usar el almíbar del diminutivo, satura todos mis sentidos. Sueltas el bolso y extiendes la toalla. Comienzas a quitarte la ropa con la delicadeza que se le caen los pétalos a una rosa. Tu bikini de flores hubiera hecho cambiar la letra de la canción a Fórmula V. Aceleras mi pulso al quitarte el sujetador. Tus pechos me gustan como también lo hizo el primer sorbo de café. Te acercas al mar, levitando con elegancia sobre las piedras del suelo, casi sin tocarlas, y entras en el agua, zambulliéndote como una sirena, para salir justo después. Tu pelo ahora está mojado y lo recoges en un moño. Has derrumbado todas mis defensas de regreso a la toalla.

Todo lo que sé de ti es que te gusta dormir sobre el costado derecho. Quizás para sobrellevar una resaca que yo extraño desde esta mañana. Yo, ensimismado, pero cobarde, no me atrevo a acercarme y preguntarte cuál es el último libro que te has leído. Hay historias que es mejor que acaben así: sin empezar.