Una resaca que solo vomita hastío ante la ausencia de alcohol la noche antes. Unos vaqueros gastados; una camiseta fina de Jimmy Hendrix, que me evoca buenos recuerdos de tardes de vino peleón y piano en un 4° sin ascensor de Delicias, y unas NewBalance. Salgo temprano a la calle en busca de una cafetería de las que me gustan por El Barrio.

Café solo con hielo. El Lorenzo ya atorra desde bien temprano. Enciendo un pitillo tras otro, interrumpidos solamente por un sorbo del café. Me deleito en mi mediocridad. Muevo la vista por un falso horizonte que está solo a unos metros. Algunas señoras madrugadoras interrumpen mi vista. A veces es una chica joven sobre la que me pregunto qué está haciendo aquí. Las calles no son para ti: alguien debería estar llevándote el café y los besos a la cama. Una pregunta que se envenena hacia uno mismo.

No aparece ese encuentro que me ilumine el día. Me faltan noches clavado en los bares recopilando historias. Me faltan noches que se escriban en historias. Me faltan noches haciéndote el amor. Madrugo para buscarlas por la mañana, desde bien temprano; pero, el amanecer ya ha petrificado los corazones, el hígado ha metabolizado el alcohol y la cama tiene el embozo hecho.

Todavía no anochece. Quiero acariciarte los detalles. Los pechos. Los lunares. Achicar aguas de ese barco que se hunde entre placeres. Que ardan las letras que escribo. No sonrías. No si te vas a marchar. Odiaré tu sonrisa.

Ya no hay lunes, solo sol. Cualquier tiempo pasado fue mejor. Ya no nos quedará París, aunque la prosa sigue escondiendo poesía. La dicha es buena, pero también es tarde. Hoy no cometo el error de irme sobrio a dormir, antes encallaré en un mar de ginebra.